¿Cómo
nos desarrollamos: naturaleza, educación o ambas?
Virtualmente indefenso en el
momento de nacer, un bebé depende de otros para su cuidado y alimentación así
como para su educación. Aunque la experiencia de Anna deja esto muy claro,
muchas personas todavía creen que la conducta humana es el producto de
imperativos biológicos: para muchos, los instintos, la evolución y los genes
explican la conducta humana. «Es genético» es uno de los argumentos más comunes
que se mencionan hoy día. Pero lo sociólogos dudan seriamente de este tipo de
afirmaciones. Charles Darwin argumentó de un modo muy convincente que toda
especie es el resultado de un proceso de evolución biológica que se extiende a
lo largo de miles de años, según el cual las variaciones genéticas que ofrecen
mayor probabilidad de supervivencia se retienen intergeneracionalmente. Son los
rasgos biológicos así retenidos y reproducidos generación a generación lo que
termina constituyendo la «naturaleza» de una especie.
Estas teorías de Darwin
hicieron pensar a muchos que, al igual que otras especies, también la especie
humana tenía una naturaleza propia; esto es, que era posible hablar de una
«naturaleza humana», cuyos rasgos biológicos determinarían en gran medida su
comportamiento. Estas ideas siguen todavía entre nosotros. Las personas a veces
sostienen, por ejemplo, que nuestro sistema económico es un reflejo de la
«competitividad instintiva del ser humano», que algunas personas son
«delincuentes natos», o que las mujeres son más emocionales de manera «natural»
mientras que los hombres son «intrínsecamente» más racionales.
De hecho, cualquier aspecto
social (desde las diferencias entre las razas a las enfermedades, desde la
riqueza a la inteligencia) se ha intentado explicar a partir de la biología o
la genética. A menudo describimos las pautas de comportamiento que vemos como
normales o nos resultan familiares como propias de la naturaleza humana, como
si las personas nacieran con ellas, exactamente de la misma forma que nacemos
con cinco sentidos. Sin embargo, es más adecuado ver las cosas al revés, y antes que decir que esas pautas son reflejo
de nuestra naturaleza, resulta más acertado decir que la naturaleza humana se
refleja en esas pautas; esto es, es más acertado decir que lo que es característico de la especie
humana es su capacidad de crear pautas sociales distintas, de inventar
sociedades distintas, con distintas costumbres, valores y expectativas sociales
acerca de lo está bien y de lo que no está bien, de lo que debe hacer y de lo
que se debe evitar. Intentando comprender la diversidad cultural, muchas
personas han interpretado de manera equivocada a Darwin. Siglos de exploración
del mundo y de construcción de imperios mostraron a los europeos que en otros
lugares, las personas se comportaban de una manera bastante diferente a la
suya. Atribuyeron estos contrastes a la biología. A muchos les parecía de
sentido común decir que las sociedades tecnológicamente más simples estaban
biológicamente menos evolucionadas y, en consecuencia, eran menos humanas. Esta
extrapolación errónea de la teoría darwinista sirvió para justificar el
colonialismo, la explotación y esclavitud de otros pueblos «inferiores», pues
es siempre más fácil explotar a otros si se está convencido de que no son
verdaderamente humanos, o tan humanos como uno pretende ser.
En el siglo XX, los científicos
sociales lanzaron un ataque general sobre las explicaciones naturalistas o
biológicas de la conducta humana, entre las que este darwinismo colonialista es
un buen ejemplo. El psicólogo J. B.
Watson (1878-1958) elaboró una teoría llamada conductismo, que sostenía que las
pautas específicas de conducta no son instintivas sino aprendidas. De modo
que, insistía Watson, los pueblos de todo el mundo son igualmente humanos y
sólo se diferencian por las culturas que han ido creando, por los valores que
definen esas culturas, y que los padres enseñan y transmiten a sus hijos.
En una observación clásica, Watson destacó que
la «naturaleza humana» era infinitamente maleable: “Denme una docena de bebés sanos [...] y un entorno específico para
criarlos y les garantizo que puedo seleccionar a uno de ellos al azar y
entrenarlo para que se convierta en el profesional que se me ocurra (doctor,
abogado, artista, comerciante, jefe y, sí, incluso un mendigo y un ladrón),
cualesquiera que sean sus inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones, o
sus orígenes raciales.” (Watson, 1930: 104)
Los antropólogos también
influyeron en este debate, mostrando la enorme variedad de culturas que existen
en el mundo. Así por ejemplo, la antropóloga Margaret Mead decía: Las
diferencias entre los individuos de culturas o sociedades diferentes, así como
las diferencias entre los miembros de una misma sociedad son debidas, en su
mayor parte, a diferencias en los condicionamientos que experimentaron durante
su infancia, y estos condicionamientos no son aleatorios, sino que están
determinados culturalmente. (Mead, 1963: 280; edición original de 1935)
Hoy en día, los científicos
sociales (y también muchos biólogos especializados en genética) se muestran
cautos a la hora de mantener cualquier tipo de conducta como simplemente
instintiva o genética. Por supuesto,
esto no significa que la biología no intervenga de ningún modo en la conducta
humana. Después de todo, la vida humana depende del funcionamiento del
cuerpo. También sabemos que los niños comparten muchos rasgos biológicos con
sus padres, especialmente características físicas como la altura, el peso, el
color del pelo y de los ojos, y rasgos faciales. La inteligencia y varias
características de la personalidad (por ejemplo, el modo en que uno reacciona
ante la frustración) poseen algún componente genético, como puede tenerlo
algunas habilidades, como las artísticas y musicales. Pero que una persona pueda desarrollar esas habilidades o no depende de
las oportunidades de que disponga, lo que depende de la posición que ocupa en
su sociedad (Herrnstein, 1973; Plomin y Foch, 1980; Goldsmith, 1983).
Por lo general, los sociólogos
trabajan a partir de la hipótesis de que el aprendizaje social es mucho más
importante que la naturaleza a la hora de determinar la conducta humana. Sin
embargo, no deberíamos pensar en la naturaleza como algo opuesto a la cultura o
al aprendizaje de la cultura en que nos ha tocado vivir, dado que expresamos
nuestra naturaleza humana cuando construimos una sociedad o una cultura. Si
existe, en fin, un rasgo típicamente humano, o una «naturaleza humana», es
nuestra capacidad de producir y reproducir una cultura o sociedad.
Aislamiento
social
Por razones éticas obvias, los
investigadores no pueden utilizar sujetos humanos para hacer experimentos
aislando niños o personas de todo contacto humano. En consecuencia, gran parte
de lo que sabemos acerca de este tema nos ha llegado a partir de casos de niños
que han sufrido maltratos, como Anna. Después de su descubrimiento, Anna se vio
expuesta a un intenso contacto social y pronto mostró mejoría. Al visitarla en
su casa del condado después de diez días, Kingsley Davis (1940) notó que estaba
más alerta, e incluso sonreía. Durante el siguiente año, Anna hizo progresos
lentos pero progresivos, mostrando mayor interés en otras personas y, poco a
poco, aprendió a andar. Después de un año y medio, era capaz de comer sin ayuda
y de entretenerse con juguetes. Sin embargo, se estaba haciendo evidente que
los cinco años de aislamiento social le habían producido un daño permanente. A
la edad de ocho años, el desarrollo mental de Anna era todavía el de un niño de
dos años. Hasta que no cumplió diez años no fue capaz de comprender el
lenguaje. Por supuesto, como la madre de Anna tenía dificultades de
aprendizaje, quizás Anna también estaba en desventaja. El misterio nunca se
resolvió porque Anna murió a la edad de diez años por una enfermedad
posiblemente relacionada con el maltrato que sufrió (Davis, 1940, 1947).
Un segundo caso, bastante
similar, involucra a otra chica, que se encontró aproximadamente por las mismas
fechas que Anna y bajo circunstancias muy similares. Después de más de seis
años de aislamiento casi completo, esta chica, conocido como Isabelle, mostraba
las mismas carencias que Anna, aunque a diferencia de esta, Isabelle pudo
beneficiarse de un programa de rehabilitación dirigido por psicólogos. En una
semana Isabelle estaba intentando hablar, y año y medio después tenía un
vocabulario de unas 2.000 palabras. Los psicólogos llegaron a la conclusión de
que con este entrenamiento intensivo Isabelle había logrado desarrollarse
social y cognitivamente en dos años lo que suele requerir seis. Cuando tenía 14
años, Isabelle asistía a clases de sexto de primaria, lo que la encaminaba
hacia una vida más o menos normal (Davis, 1947).
Un último caso de aislamiento
infantil se refiere a una chica de California de 13 años que fue maltratada por
sus padres desde que tenía dos años (Curtiss, 1977; Pines, 1981; Rymer, 1994).
Las terribles experiencias de Genie incluían largos períodos de encierro en el
garaje de su casa. Hasta su descubrimiento, su estado era un reflejo del de
Anna e Isabelle. Genie estaba demacrada (pesaba tan sólo 27 kilogramos) y
mostraba el desarrollo mental de un niño de un año. Recibió un tratamiento
intensivo, y su estado físico mejoró rápidamente. Pero incluso después de años
de cuidados, su habilidad para emplear el lenguaje seguía siendo la de un niño,
y todavía hoy vive recluida en un centro de adultos para discapacitados
psíquicos. Todas estas evidencias señalan muy claramente la importancia de la
experiencia social en el desarrollo de las personas.
Los seres humanos son criaturas
resistentes, a veces capaces de recuperarse de la más demoledora experiencia de
abuso y aislamiento. Pero existe un momento crítico en el desarrollo en el cual
pueden producirse daños irreparable si a una persona se la aísla y niega el
contacto con otras personas.
● ¿Elaborar biografías? Dos
teorías de la socialización La socialización da como resultado una biografía
personal, la historia irrepetible de una persona: sus pensamientos,
sentimientos y actuaciones. Construimos una biografía a través de la
interacción con los demás durante toda nuestra vida. A medida que se desarrolla
nuestra biografía, participamos en una cultura al mismo tiempo que vamos
construyendo nuestra propia personalidad. Pero en ausencia de experiencias
sociales, como muestra el caso de Anna, es difícil que una biografía tenga
alguna oportunidad de comenzar. La experiencia social es vital para la sociedad
exactamente de la misma manera que lo es para los individuos. Las sociedades existen más allá de la
duración de la vida de una persona, y por tanto cada generación debe transmitir
valores y comportamientos a la siguiente. Hablando en general, la socialización tiene que ver con el
proceso continuo de la transmisión de la cultura. La socialización es
un proceso complejo, que dura toda la vida.
(….)
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